- Para la base
- 9 yemas
- 1 huevo entero
- 2 cucharadas colmadas de maizena
- Para el almíbar de la base
- 1 vaso de agua
- 1 vaso de azúcar
- un chorrito de ron
- 1 cucharadita de azúcar avainillado o esencia de vainilla
- Para la cobertura de yemas
- 3 yemas
- 1 vaso de azúcar
- 3/4 de vaso de agua
- Para la capa final
- azúcar glass
Un clásico de toda la vida en repostería.
Esta tarta tiene un sabor y textura que me recuerda a mi infancia. Hace poco tiempo me dio por probar a hacerla y la verdad es que a la primera no me salió pero al final le pillé el truquito. No es muy fácil que digamos.
La idea es crear un bizcocho con yemas y maizena. Luego haremos una cobertura fina también a base de yemas. Por último una capa de azucar glass quemada.
Como vamos a usar el horno…vamos a ir encendiéndolo a 160º y meter un recipiente con agua para el baño maría posterior.
Para el bizcocho principal vamos a separar 9 yemas. La manera más fácil e higiénica es separarlas con las manos. Hacerlo con las cáscaras no es muy aconsejable ya que si el huevo no está limpio y pensamos de dónde salen… da para pensárselo.
Ponemos la 9 yemas, un huevo entero y 2 cucharadas colmadas de maizena tamizada en una batidora y con barillas le damos durante unos 10 minutos. La pasta se volverá blanca y cogerá esponjosidad. La crema resultante la pondremos en un molde embadurnado de mantequilla, importante para que no se pegue después.
Metemos el molde al horno unos 20 minutos. Para comprobar si está pinchamos con una aguja o un palillo y si sale limpio… sacamos.
Mientras tenemos el bizcocho en el horno vamos a preparar un almíbar. para ello pondremos a fuego medio un vaso de agua y la misma cantidad de azúcar. Añadiremos un chorrito de ron y una cucharadita de azúcar avainillado o esencia de vainilla (me encanta el ron y la vainilla). Dejaremos el almíbar unos 7 minutos hasta que coja un poco de consistencia gelatinosa pero sin que llegue a cambiar de color. Retiramos del fuego.
Ahora, con el bizcocho ya fuera del horno, vamos a pincharlo con un palillo o una aguja. Literalmente vamos a taladrarlo para echar el almíbar y que se cuele por todos los agujeritos para empapar la tarta. Echad sin miedo y si queda almibar en la superficie… ya se absorberá. Como podéis ver en la foto, el almíbar cubre por completo la tarta y sobra medio dedo aún.
Ahora metemos la tarta en la nevera y la dejamos por lo menos 2 horas. Durante este tiempo se empapará completamente.
Una vez esté lista, la desmoldamos y vamos a preparar la cubierta de yemas. Para ello montamos otro almíbar pero esta vez más denso. Para ello ponemos la misma cantidad de azúcar y un poquito menos de agua (3/4 de vaso). Además en vez de dejarlo 7 minutos lo dejaremos por lo menos 10. La jugada es que el almíbar resultante quede más gelatinoso. En otro recipiente (en frío) vamos a poner 3 yemas y a batirlas. Poco a poco echaremos el almíbar sin parar de mover. Una vez esté todo mezclado vamos a encender el fuego a muy baja temperatura y seguir moviendo unos 3 minutos hasta que tengamos una crema muy densa.
Ahora vamos a esparcir la cobertura sobre la tarta creada anteriormente. Con un cuchillo es lo más fácil, extendiéndola de manera uniforme.
Sólo queda espolvorear abundante azúcar glass por encima y quemarla dándole la típica forma de rombos. Para ello lo que se suele hacer es quemar un varilla o un alambre al fuego y chamuscarla como si fuese un caballo. En este caso símplemente con un soplete he creado unas lineas. Mucho más fácil.
Ahora dejamos que repose y que la cobertura se endurezca un poco. El resultado es de una esponjosidad increíble. Una vuelta a la infancia!